Isla

No sé si es aislamiento o si es una conexión diferente. Hace ya muchos años, muchos, que piso regularmente territorio isleño. Un mar rodeado de un pequeño pedazo de tierra. Un mar omnipresente escondido a veces de una orografía caprichosa y quebradiza. Las islas son un estado de reconexión con uno mismo.

Huele diferente, la luz es distinta. Quizá lo que más contrasta es la luz. Algo así como un efecto brillo exagerado desde cualquier aplicación de retoque fotográfico. Pero no es retoque, es realidad. No es ninguna deformación, no hay hipérbole en todo esto. Es simplemente luz, tranquilidad, aire que fluye y limpia conciencias. La luz de la isla.

Allá arriba aún resulta más exagerado. Allá arriba cuando acaba la tierra empiezan las nubes. Pero luego las nubes terminan por quedar abajo. Son terrenales. Por encima de las nubes está el inmenso mar azul del cielo que engulle toda la vida de la isla. Los barrancos, la tierra, la laurisilva, el verde, las nubes, los alisios. Son sólo accidentes entre dos inmensos azules: el del mar y el del cielo.

Merece la pena venirse a una isla. Los límites son abruptos, hay un principio y muchos fines. Una inmensidad de fines del mundo. Un faro aquí y otro allá. Cada faro es un límite entre tierra y mar. Una señal de que allá algo se quebró. El faro es un vestigio de señales del pasado. Memoría física de un mundo que se escapa digitalizado hacia identidades por resolver. Aquí en la isla uno recupera perspectiva, perdido y reconectado con sus sentimientos. Una conexión que a veces se pierde en la maraña de incontinencias cotidianas, donde un extraño mundo laboral gana batallas diarias contra uno de los grandes avances de la humanidad: dejar pasar el tiempo y disfrutarlo. Disfruta de ti, te lo mereces.