Turismo de emigración

by Julen


Nota.- Este post ha sido escrito para participar en el concurso Turismo 2.0.

Bilbao y sus alrededores pasan página. Dejan atrás el humo y el metal. Entran en los servicios y el ocio, en los congresos y la innovación, los museos y el turismo. Sin embargo, son demasiadas las huellas como para borrarlas de golpe. La identidad sumerge raíces en la contaminación, algo de lo que todo ser humano de principios del siglo XXI reniega. La ruta del lindane es la señal de que aquí hubo un error.

Cuando hace unos días me adentré en territorio de Astrabudua, me di cuenta de que el pasado está presente. No es fácil eliminar las huellas del pasado, porque, fuera lo que fuera, se basó en artificios que dejan marca sobre el suelo. Así que, ¿por qué no acudir al turismo social?, ¿por qué no ahondar en la comprensión de aquellos años que parecen producir vergüenza a la generación que navega por el siglo XXI? En la ría, cuando baja la marea, ya se ve la porquería.

Masustegi puede ser un ejemplo de turismo de emigración. Está escondido, apartado de miradas discretas, encaramado a la ladera de un monte, autopista de barbarie por medio. Sólo llegas si quieres ir. No hay casualidad que te conduzca a un barrio que se construyó de noche. Casas y más casas, una cerca de otra para defenderse de no se sabe muy bien qué. Pero cerca, por si acaso. ¿Has paseado por Masustegi? Ya, no figura en las guías turísticas. Porque las guías turísticas ponen el ojo en el resplandor de la nueva creación o en el óxido en estado de descomposición controlada. Óxido y cartón piedra, juntos de la mano.

¿Quién quiere visitar el patio trasero de cualquier vía de tren del Gran Bilbao? La mugre, los desechos, simple basura imantada por los raíles, bien diferentes de los del tranvía, inmaculados. Hay clases y clases en el transporte. Junto a las antiguas vías nacen territorios infectos, que provocan una mezcla de miedo y repugnancia. Nadie quiere ver ahí ningún vestigio de su pasado. El turismo procura incorporar los valores del momento: diseño, alternativa, arquitectura, recreo para la vista. Nada de añadir desasosiego. Sólo con mensajes muy elaborados y encerrados en las paredes de un museo se permite la exposición de lo repugnante. Si el pasado cutre está al aire libre y no ha sido administrado convenientemente, no es digno de recibir visitas.

Reivindico el turismo al pasado. Hay barrios que son el producto de la emigración. Los negros, moros, chinos y sudacas de los años 60 llegaban y se arremolinaban en actos de urgente autodefensa. Ahora sucede más de lo mismo y lo consideramos una afrenta a nuestra sociedad de servicios. ¿Por qué no visitas guiadas a Repélega?, ¿por qué no a Arteagabeitia? Allí está el pasado y allí está el presente. Pero podemos aprender de cómo fue aquello para descubrir que los patrones se repiten, que quien llega quiere estar con los suyos. La integración es la segunda fase. Porque para que se integraran nada más llegar, tendríamos que tenderles alfombras y abrazarles al pisar este suelo. Y me temo que no solemos hacerlo. Son indigentes que aterrizan callados. Y son una amenaza. Por eso tienen que defenderse y se agrupan. Serán simples artes de la guerra.

Me gustaría que pensáramos en un turismo social. Y dudo que pueda ser administrado. Más creo en aportar información a quien llega a esta sociedad de servicios del siglo XXI y que cada cual decida. Pero, qué digo. Es imposible, es una utopía. Nadie llega a un lugar para recorrer su pretérito triste y abandonado. Nadie quiere ahondar en las heridas de un pasado que supura lindane por los resquicios de la industria que fue y ya no es. Se cometió industricidio, pero es mejor taparlo con cemento armado. Nadie quiere pensar. El turismo forma parte de la despreocupación, de la relajación, del ocio, de la actividad pasiva. Y si es activo, alguien lo ha diseñado por ti.

Perdemos el pasado para ganar futuro. Adiós a Zorrozaurre, adiós a la Sefanitro, adiós al color negro, adiós al emigrante de Cedillo. Hundimos los recuerdos en las nuevas estructuras del futuro. Titanio y cristal, parques tecnológicos sobre los cimientos contaminados de aquella generación que trajo una mano detrás de otra y nada más. Ahora olvidamos rápido para proteger nuestra salud mental. Existe un Beurko nuevo, que sólo quiere mirar al cielo. Torres, torres, altura, cielo. Hay que subir arriba para respirar. Torres de Isozaki, torres de Barakaldo, torres de Iberdrola. Abajo está la mierda; cuanto más lejos de ella, mejor.

Así que algún día llegarán los turistas a conocer el downtown del Gran Bilbao. Verán que somos futuro, que hemos sido capaces de acartonar el pasado para mantenerlo en decrepitud controlada. El óxido del Palacio Euskalduna hay que mantenerlo vivo, no vaya a ser que la conciencia proteste demasiado y provoque neurosis colectiva. Mientras tanto, la planificación urbanística cabalga racional entre los despachos donde reside el poder. Los edificios de la ignominia caen fulminados por el progreso. Allí quedan las historias del pasado, entre los escombros, con algún que otro recuerdo hundido en la emigración.

Ya sé que es difícil por poco auténtico, pero espero que algún día tengamos turismo de emigración. Eso sí, no figurará en las guías oficiales. Sólo podrás disfrutarlo si quieres entender algo de lo que pasó por aquí el siglo pasado. Será que me hago mayor a pasos agigantados.

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1 comentario

no-no 11/03/2008 - 18:50

Pues a mí me gusta. Mucho.

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