Seguimiento de objetivos del plan de gestión

by Julen


Son las 9 de la mañana y, como casi siempre, vamos a empezar bastante tarde. Estoy aquí sentado, con mi portátil, conectado como dios manda a la red, con mi cable gris que me acompaña allá por donde me muevo en esta empresa. Son las 9 y todavía estoy yo solo. El siguiente en llegar será el gerente.

Efectivamente, el siguiente en llegar es el gerente. Sonrisa que no es tal. La profesión va por dentro. Aquí no estamos para risas. En todo caso para falsas sonrisas. Después, poco a poco, van llegando el resto de los/as colegas que componen el consejo de dirección. Cruzamos las frases de costumbre, coletillas nerviosas antes del juicio sumarísimo.

Diez minutos después de las nueve empezamos. Es el consejo de dirección mensual. Los informes están subidos a la intranet para ser descifrados a medida que cada cual hace su descargo. Somos unos avanzados a nuestro tiempo. No hay papeles. Bueno, sí hay papeles. Aunque yo no llevo papeles. Hace tiempo que renuncié a ellos, al menos cuando voy al consejo de dirección. No sirven más que para que se noten más los nervios.

Repaso del acta. Punto uno del orden del día. Total, para lo que vale. Sé desde el principio que sólo una persona se la ha leído. Si hoy no ha podido venir, este punto es igual a cero. Así que mejor avanzamos. Algún día tendré que probar a meter algún exabrupto en el acta. Nadie, salvo esa persona, se enteraría jamás. ¿Quién tiene tiempo de leer las actas de un consejo de dirección en una empresa que se precie? Nadie. Bueno, algún becario. Pero, claro, esta es la historia escrita de esta empresa. Eso es lo que queda para la posteridad: las actas. Las actas sin exabruptos.

El punto dos del orden del día inaugura la refriega. Descargo sumarísimo, arrrr. Si vas bien, abrevia, que no estamos aquí para echarnos flores. Si vas mal, espera, espera… ¿cómo decías?, pero… ¿por qué?, ¿cómo es posible?, ¿y a qué estamos esperando? Es lo típico de la naturaleza humana. Venimos de serie con el detector de defectos activado. El detector de afectos hay que pagarlo aparte. En el estándar sólo viene el «te pillé, capullo». Acción correctiva, por favor. Menos mal que sé guardar las formas, menuda cuadrilla de vagos y maleantes.

Así que si tienes la suerte de haber colado en el plan de gestión unos objetivos de feria, fáciles de lograr, enhorabuena. Vaya gol por la escuadra que has colado. Considera que con diez minutos por consejo será suficiente. El resto del tiempo puedes entrenar tu mente para los sudokus o pensar en la hipóteca. Up to you. Si, por contra, te equivocaste y la ambición cego tus ojos a la hora de establecer objetivos, a sudar. Entonces vete preparando el escenario de la batalla. Porque, como nos decían de pequeños cuando llorábamos: «Toma, para que ahora llores con razón». Y hostia que podía venir (aquí entra en juego la situación familiar de cada uno, donde yo ni entro, virgencita que me quede como estoy).

El caso es que el consejo de dirección está lleno de pero-qué-mal-lo-hacemos y habrá-que poner-en-marcha-acciones-correctivas. Si se pone crudo el tema, siempre cabe la posibilidad de que te pongan dos biblias en cada mano, brazos en cruz. Si el gerente es más sádico y sonríe, quizá te azoten el culo. Es el sistema. A mí no me vengas con historias. Si eres directivo, lo asumes. Para eso te pagan, capullo.

La reunión dura toda la mañana. No te aburres, aunque siempre acabas poniéndote del lado del débil. En pleno ataque aéreo, la presión por el objetivo incumplido introduce tensión en el ambiente. El foco del proyector parpadea, las hojas de papelógrafo se retraen, la planta de la esquina se arruga y la persiana se atrinchera allá arriba por si acaso. El gerente despliega su poder y los vasallos asumen el papel que les corresponde. Rinden pleitesía a su señor feudal, que por algo hizo un MBA.

Salvados. La comida es un buen momento para detener el desigual combate. A los hombres siempre se les ganó por el estómago. Bueno, también por lo otro. Pero aquí que somos todos muy pudorosos, preferimos la comida. Hay que comer. Termina la sangría. Hay que joderse con los objetivos del plan de gestión. Si lo llego a saber antes.

Esta historia pudiera estar basada en hechos reales.

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2 comentarios

Tochismochis 19/12/2006 - 09:12

Y yo que pensaba que la estabas blogueando en directo… 😉
¡ Qué triste realidad !

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Carlos 16/02/2007 - 11:03

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