Hoy ha sido un día diferente. Tenía dudas de si estirar la etapa hasta Torres del Río o si hacer noche en Estella. El caso es que tengo un amigo cuya familia estaba en Torres y hacía más de diez años que no pasaba por este pueblo. Me traía ciertos recuerdos de antaño, así que al final decidí cargarme a la espalda los casi 120 kilómetros y llegar hasta Torres. Ha merecido la pena.

Por moral no será. A las seis de la mañana no se me ocurre otra cosa, sabiendo que hay muchos kilómetros por delante, que tirarme al camino para ir desde Sangüesa hasta Izco. En los primeros veinte kilómetros, pistas y senderos acompañando en las cresterías a las gigantescas aspas de los nuevos molinos de viento del siglo XXI. La subida hasta Oibar desde Sangüesa es absolutamente solitaria. Pensaba que encontraría a algún peregrino, pero ni uno solo en el tramo desde Sangüesa hasta Izco, y son cerca de treinta kilómetros (incluyendo un tramo en que he estado perdido). Se ve que la vía aragonesa aún no está tan explotada coma la tradicional francesa que viene de Roncesvalles.

Las casi tres horas que me lleva llegar hasta Monreal me hacen decidir que la continuación será por carretera. Tras un avituallamiento multitudinario, donde me doy cuenta de que el éxodo de vacaciones está en marcha, retomamos ruta hacia Puente La Reina. Descubro el tremendo Canal de Navarra, una autopista moderna de agua. Parece que este líquido es importante, por lo tremendo de la obra.

A medida que nos acercamos a Puente La Reina, comienza la otra dimensión del Camino de Santiago. Si hasta aquí, excepto en el tramo de Le Puy-en-Velay a Conques, los peregrinos eran escasos, ahora todo va a cambiar. Cada 200 metros vas adelantando peregrinos a pie («hola», «buen camino», «buenos días»). También veo más gente en bici. Esta es la cara habitual del camino francés en estas épocas. Ah, y Puente La Reina, con el encierro recién terminado, por lo que deduzco de cierto ambiente borrachil, típico acompañante de ese tipo de maldades.

Poco a poco van cayendo los kilómetros mientras sigo alternando carretera y camino. Un buen rato converso con otro cicloperegrino que había salido de Roncesvalles y que lleva haciendo el camino unos cuantos años, siempre en una semana y desde Roncesvalles. Ya veis que hay gente para todo. Hemos compartido unos cuantos kilómetros pasado el mediodía, él para quedarse en Los Arcos y yo para seguir hasta Torres. Se agradecen estas conversaciones porque hacen mucho más llevadero el calor de las tres de la tarde. Y es que hemos vuelto a los 39 grados.

En Torres del Río ha sido una tarde diferente. Nada más llegar, a eso de las cuatro y media de la tarde, ya me tenían preparada una comidita, «porque llegarás con hambre». Bueno, pues hemos merendado después de una ducha estupenda. Luego descanso del guerrero y paseo por el pueblo hasta la vega, para ver qué tal van los pimientos, las sandías, la borraja, los espárragos, las patatas y todas esas cosas que los de ciudad solo reciben al final de la cadena de distribución. Aquí en Torres, según me comentaban mis anfitriones, la gente se regala las hortalizas o la fruta, porque siempre parece que sobran. El paseo, mientras va cayendo en el sol, es realmente gratificante.

Torres también es un pueblo que con el peregrino ha conseguido un cierto renacer. Hay dos albergues y por lo que me comentan son muchos los que pasan por allí; y no solo en verano. Bueno, si sirve para mantener cierta población con ingresos, no está mal. Yo me voy algo más tarde que de costumbre a la cama, pero también con la idea de madrugar un poco menos al día siguiente.

Distancia de la etapa: 117 km

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