El extraño caso de Antonio Pérez

by Julen


Al hilo de la experiencia que nos muestra Josu sobre las jornadas de convivencia fuera del entorno laboral que realizan en su centro de formación, Politeknika Ikastegia Txorierri S.Coop., se me ocurren algunas reflexiones. Y es que cuando queremos que las personas aporten en su trabajo, quizá lo primero es verlas como tales, como personas, y no en función de sus puestos de trabajo.

¿El puesto de trabajo limita? Sí, en todos los casos. No me cabe la menor duda. Limita porque define fronteras de acuerdo con las necesidades de la empresa y no está diseñado desde la perspectiva de la persona. El puesto te dice lo que me hace falta de ti. Si, además de lo que me hace falta, puedes aportarme más cosas, quizá no me entere de ellas.

Por eso son tan importantes estas formas de romper percepciones de la persona en función de su nivel de respuesta a los requerimientos de un concreto puesto de trabajo. Cuando ves personas y no trabajadores/as percibes otra dimensión de esos seres humanos. Sí, son esos con quienes convives en el frente labora, pero diferentes. La presión, los objetivos, el cliente, todo ello marca lo que vas a ver de una persona en su trabajo. Es un contexto que dibuja un campo de juego y en él se mueven las personas. Cuando no hay campo de juego, cuando el motivo del contacto es radicalmente diferente del que tiene que ver con su trabajo, entonces descubres capacidades ocultas. Allí estaban, gratis, pero sin que nadie las usara.

Esto nos hace volver sobre esa oscura capa de polvo aniquilador que cubre al trabajador (y que oculta a una persona con iniciativa). Por eso me ha venido a la cabeza el extraño caso de Antonio Pérez, alguien que desarrollaba su actividad profesional sin cerebro. Lo usé en mi anterior vida profesional. Ahora lo actualizo.

Dicen que había un tal Antonio Pérez que jugaba muy bien al mus y, además, por eso organizaba todos los años el campeonato en el pueblo. Llegó a mover un presupuesto de más de 40.000 euros porque buscó patrocinadores y consiguió hasta 50 parejas. Eso, en un pueblo de tan sólo 1.500 habitantes, era increíble. El director del único banco le conocía muy bien. No recordaba otra persona que fuera capaz de sacarle un préstamo con mejores condiciones. Sí, este Antonio era un tipo listo.
Todos los días laborables, de lunes a viernes, iba a trabajar. Relevo de mañana, de tarde y de noche, una semana y otra. Cogía el coche y con los ojos cerrados era capaz de llegar hasta la fábrica, aparcar (siempre en el mismo sitio, a la misma hora) y llegar hasta el vestuario.
Las taquillas eran amplias, cabían un montón de cosas allí dentro. Menos mal. Antonio ya había aprendido cómo le gustaba a sus jefes que trabajara. Por eso, lo tenía todo muy bien medido. Primero se sentaba junto a su taquilla. Cansinamente, en un metódico ritual, se quitaba sus ropas de calle y se colocaba las de trabajo. Pantalones, camisa, chaquetilla, zapatos de seguridad. Lo de siempre. Luego, con cuidado, abría la tapa que le cubría los sesos. La cremallera funcionaba bien, muy bien. Meticulosamente, extraía su cerebro, una extraña materia gris que le daba grandes poderes fuera del trabajo. Dejaba aquel cerebro sobre una mullida toalla en la balda más alta de la taquilla. Después se cerraba la tapa de los sesos y… ¡listo! Podía empezar a trabajar.
A él nunca le habían pagado para pensar. Venía a hacer, no a pensar. Hacer lo que le dijeran, ése era su cometido. Y había descubierto que lo podía hacer sin malgastar una sola neurona. Igual que conducir. Había descubierto que pisaba el embrague para cambiar de marcha y no pensaba en ello. Lo hacía y, además, lo hacía bien. Pues en el trabajo igual. Sus jefes estaban contentos. Hacía lo que ellos le mandaban. Ellos pensaban y él trabajaba.
¿Te gustaría ser Antonio Pérez?
Las personas nos distinguimos del resto de los seres porque somos capaces de pensar. Es sólo cuestión de práctica.

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5 comentarios

Sergi F 01/07/2006 - 08:29

Hola Julen,

En este extraño caso, el cual no es tan extraño, yo saco dos visiones:

La primera, tal como dices, es importante saber que cualidades, necesidades y objetivos tiene la persona y la empresa, y como potenciarlas, desarrollarlas y alinearlas para un beneficio mutuo.

La segunda es que Antonio Pérez se conforma con eso, ya que teniendo esas cualidades lo lógico seria buscar alguna empresa donde desarrollarlas.
Muchas veces la persona, es quien cierra las salidas a su propia iniciativa, ya sea por miedo a perder lo que tiene, o por otros factores como familia hipoteca, etc.
Estos miedos, muchas veces, vienen dados por la forma de dirección de muchas empresas, que como dices, solo miran lo que ellas necesitan de la persona sin contar con las personas.

En fin, respondiendo a tu pregunta, No quiero ser como Antonio Pérez.

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Telémaco 01/07/2006 - 13:24

Sergi creo que si leemos con atención el principio del relato, dice claramente que «jugaba muy bien al mus y, además, por eso organizaba todos los años el campeonato en el pueblo» , ¿Porque pensamos entonces que es el propio Antonio Pérez el que se autocierra las puertas?. ¿Porque debemos empujarle a abandonar su pueblo para intentar encontrar un trabajo más motivador, si lo que a él le motiva es organizar el campeonato de mus?.

¿Porque debemos dar prioridad absoluta a la vida profesional en la vida de las personas?

Opino que lo ideal es un equilibrio entre vida personal y vida profesional. Y si uno se ve obligado a elegir a dar alguna prioridad yo apuesto exactamente por la contraria.

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Jaizki 01/07/2006 - 14:29

Estoy con Telémaco, falta saber lo más importante: ¿está a gusto Antonio Pérez? Entonces, estupendo.

¿Está perdiendo la empresa la posibilidad de obtener más de él? Quizás, pero quizás es muy bueno en lo que hace sin cerebro y ya hay otros que hacen bien la parte de la organización de eventos, la obtención de patrocinadores y la negociación con bancos.

Como ya he dicho alguna vez, lo ideal es que en las empresas todos hagan lo que les guste, que será a la larga lo que les motive y les haga rendir por encima de la media. Si bien creo que es imprescindible en empresas pequeñas de nueva creación, soy consciente de que es muy complejo implantarlo en empresas existentes con varias decenas de trabajadores. Pero eso no es, en absoluto, una disculpa para no intentarlo. ¿Quién ha dicho que tiene que ser fácil?

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Julen 01/07/2006 - 15:40

Yo sigo empeñado en que es demasiado lujo anular a personas con iniciativa y recursos. El otro día escuchaba a una persona eso de «yo ya paso, no lo digo más veces». Gente que piensa (como el 99,9%) en su vida normal, conseguimos que no lo haga en su vida laboral.
Sergi, nadie puede querer ser como Antonio Pérez. Espero que no se te pase por la cabeza 😉
Telémaco, el «equilibrio» me temo que es imposible. Cada vez más pienso que lo lógico son constantes desequilibrios «placenteros», con una suma final total gratificante. A veces me parece que generamos demasiada culpabilidad cuando metemos muchas horas en el trabajo y nos parece que abandamos a la familia. Creo que debemos «hackerizar» el trabajo para entretenga. Hay que perseguir disfrutar con él. Si no, es demasiado tiempo perdido, ¿no? Yo creo en los desequilibrios razonables.
Jaizki, si alguien puede trabajar sin cerebro, quien haya diseñado ese sistema es el mayor «descerebrado».

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Jaizki 03/07/2006 - 20:24

Julen, hay unas cuantas franquicias diseñadas así, y creo que ganan mucho dinero.

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